
Dibujo de León Santillán
Dedicaremos un tiempo y un espacio a la filosofía, mas no a los aspectos doctos y profundos de la misma, ni tampoco a las especulaciones abstractas y áridas que suelen caracterizarla. No, nada de eso, nuestro enfoque estará inclinado a las implicaciones cotidianas, a las reflexiones aptas para el diario vivir.
«¿Qué no existe la filosofía?» -inquirían los helenos- «…no obstante, para demostrarlo, debes recurrir a ella» -respondían.
No abordaremos una filosofía de «altura », pues no tenemos alas aptas para ello y, por otra parte, tal filosofía no es recomendable para aquellos que sufren de vértigo.
Es muy difícil hablar de temas profundos especialmente en nuestra época superficial y materialista, donde la reflexión no es para nada un ejercicio cotidiano, a pesar de que, como dijera Sócrates: « Una vida sin reflexión no es digna de ser vivida ». Por el contrario, nuestra sociedad invierte ingentes esfuerzos para alejarnos de la reflexión.
«Reflexión». «Reflejarse». En definitiva: «observarse». Contemplarse en el espejo del discernimiento para que su pulida superficie nos devuelva una fiel imagen de nosotros mismos. Si rehusamos contemplarnos es, tal vez, porque la imagen que nos devuelve el espejo puede no ser muy grata, pero, mirarnos tal como somos es el primer paso del embellecimiento.
Narciso, según la leyenda, se deleitaba con su propia imagen, pero hay muchos que, sin ser precisamente narcisos, se deleitan con su propia imagen sin percatarse que el espejo en que se contemplan se encuentra opacado por el polvo de la vanidad y el necio orgullo.
Pulamos, pues, la superficie del espejo y atrevámonos a mirarnos en él tal como en realidad somos. No cubramos nuestros defectos con falsos artilugios, miremos sin temores ni vacilaciones nuestros defectos y fealdades y puede que, de este modo, encontremos nuestra belleza interior.
Nosotros: orgullosos herederos de siglos de evolución, obra maestra de la selección natural, copartícipes de la divinidad, no demostramos, para nada, con nuestras acciones y pensamientos, estar a la altura de tal perfeccionamiento. Por el contrario, nuestro proceder tiene mucho de irracional y absurdo.
Nuestro cerebro, extraordinario órgano de plasticidad inconcebible, de capacidades insospechadas solo cumple, en la mayoría de los casos, pobres y limitadas funciones circunscribiéndose, generalmente, a la prosaica tarea de ganar el sustento diario. En otros casos, más tenebrosos, utilizan el intelecto para obtener las más sofisticadas maneras de autodestrucción.
Nuestro cerebro puede conducirnos a las más altas esferas del conocimiento, pero, también puede arrastrarnos a las más insensatas aventuras y a los más estúpidos desatinos.
El comportamiento del ser humano se va estructurando paulatinamente en base a estímulos, estímulos que se perciben ya en la vida intrauterina. Un ser pensante es el producto y resultado de una compleja interacción entre factores genéticos y empíricos, entre el medio ambiente y la cultura. De este hecho se puede deducir fácilmente la importancia que tienen los estímulos correctos para el desarrollo de la inteligencia.
De cualquier manera, de una semilla de girasol no podemos obtener un rosal, por bien que la cultivemos y fertilicemos. Un girasol será siempre un girasol no importa lo que hagamos.
Los estímulos son muy importantes, dijimos, pero ¿qué ocurre cuando en una sociedad sobreabundan los estímulos negativos?
Obviamente, de acuerdo a lo expresado, ésta comenzará el descenso hacia la involución. Por otra parte, cuando los integrantes de una sociedad se encuentran en franca decadencia no se percatarán del deterioro ni aceptarán que se les señale esta realidad. Se rebelarán tratando de cubrir su insignificancia con palabras altisonantes tales como «progreso », «confort», «libertad». Oportuno es aclarar aquí que muchos confunden «progreso» con «comodidad ». La ciencia nos ha aportado muchas «comodidades» pero lejos estamos del verdadero progreso, el progreso interior.
Un bombardeo constante de estímulos deshumanizantes invade la mente del hombre moderno y una sobredosis de información inquieta su espíritu. Para empeorar todo esto debemos agregar que nuestros contemporáneos transcurren la mayor parte de su tiempo de ocio frente a una pantalla.
Es oportuno preguntarnos ¿qué estímulos creativos le aportan los medios de difusión?
Vulgaridades de toda calaña y forma corrompen su gusto y sentido estético anulando su discernimiento y discriminación. Publicaciones con profusión de ilustraciones (la mayoría con reclamos sexuales) pero sin contenido se ofrecen al consumidor como material de lectura. Música agresiva que tiende a estimular los instintos más bajos del individuo llega en una avalancha cacofónica cotidianamente y sin restricción alguna a nuestros desatentos oídos.
En la actualidad, salvo raras excepciones, la música no pretende cumplir con el cometido al que cada expresión artística debe apuntar, esto es, aportar un dulce bálsamo que atenúe las penas del alma o, por lo menos, brindar la serena alegría de un gozo puramente estético. Hoy arrastra a las masas a dementes desenfrenos que la estulticia denomina pomposamente: «diversión». Los acordes sublimes de la música auténtica han sido transformados en histéricos alaridos y ruidos discordantes. Una alarmante demencia parece poseer a los intérpretes y participantes de los actuales encuentros musicales.
Algo está funcionando mal entre nosotros. Pareciera que estamos perdiendo el rumbo, a decir verdad, hemos perdido el rumbo hace ya mucho tiempo. Perdimos el rumbo cuando canjeamos nuestros perennes valores espirituales por la hojarasca del craso materialismo. El hombre moderno no deja lugar en su agenda para disfrutar del fértil oasis de la introspección silenciosa y, por ello, paga un precio muy elevado: la pérdida de su paz interior. Tanto ruido, tanta prisa, nos ha alejado de nosotros mismos y nos ha sumido en un caótico desequilibrio. La angustia existencial ganó terreno en nuestras torturadas mentes.
Una somera mirada al convulsionado mundo en que vivimos constata el aserto de lo anteriormente mencionado: una apocalíptica catástrofe de valores es el oscuro panorama que se presenta ante la mirada del imparcial espectador y el desaliento hace presa de las almas sensibles y conscientes. Los cadáveres de la cultura yacen esparcidos en la trepidante batalla de la modernidad en un espectáculo amedrentador.
No obstante, por desalentador que sea el espectáculo, existe siempre un atisbo de esperanza. No todo está perdido mientras haya, aunque más no sea, un solo representante de las huestes guardianas de la cultura dispuesto a dar su vida por los nobles valores que dignifican y dan sentido a la humanidad.
“No nos abandonemos a la derrota”, dice el poeta, “no se abandonen los que han presenciado el espectáculo siempre cambiante de la vida, del amor, del sacrificio, del egoísmo, del dolor y de la alegría, del nacimiento y de la muerte. No nos abandonemos pues la poesía continúa viva y posee una fuerza redentora. El poeta se retrae sólo por momentos de la humanidad. No se siente Dios ni superhombre. Se siente solamente hombre, pero exalta y revela sus mejores facultades.
El amor y el ensueño se funden naturalmente por la elevación interior y la poesía se derrama como los sonidos de una melodía celestial ejecutada por manos invisibles.”

Escritor y periodista. Músico y artista plástico. Sensei de Ninjutsu. Director de Canon Magazine, Canon Conservatorio y Bonsai Center Argentina.